Sobre el arte de aburrirse en verano

14 ago.

¿Sólo se aburren los tontos?

“Sólo se aburren los tontos”, decía mi abuela cuando me quejaba del aburrimiento. El mal del no sé qué hacer y la nostalgia me acechaban durante aquellas horas muertas que transcurrían entre el final de Saber y Ganar y el atardecer, cuando por fin bajaba el calor y nos arreglábamos para salir a tomar un helado. Hasta entonces, era como si el bochorno derritiera los minutos, que se volvían pegajosos y no había forma de quitárselos de encima.

Aiii, los veranos de la infancia… ¡Quién pudiera aburrirse otra vez!

Ahora que la “hora de la siesta” se ha convertido en mi momento, empiezo a entender el significado de aquella frase. Quizás porque ya no me aburro. De hecho, no recuerdo la última vez que lo hice. Las calurosas tardes de agosto son hoy una excusa para estirarme un rato y perderme en mis pensamientos, como una niña que se tapa los ojos y desaparece del mundo. Nada de aburrimiento, más bien una cita conmigo misma que espero con muchas ganas. Pero es que, además, este limbo temporal es una brecha fantástica para la creatividad.

¿Cuántas veces se nos ha ocurrido un estribillo, un poema, una idea de negocio o una frase ingeniosa mientras no hacíamos nada [productivo]?

Así que, aprovechando que es verano y antes de empezar el brainstorming para los contenidos de otoño, hemos decidido hacer un experimento: aburrirnos como en los viejos tiempos. Dedicar unas horas al día a sentarnos en el balcón, oír el sonido de las chicharras y no tener absolutamente NADA que hacer (o lo que es mejor: tener mucho que hacer y no hacerlo).

¿Y sabéis qué?

Quizás mi abuela se equivocaba. ¡Aburrirse es dificilísimo!

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